http://www.elmundo.es/salud/1994/107/00238.html
GONZALO CANSINO
HAY una famosa pintura sin título en la que se ve a dos hombres trepando
por unas cuerdas hasta un agujero situado en lo alto de una roca.
El primero,
que ya tiene a su alcance el agujero, ha introducido una mano dentro mientras
sostiene un cesto con la otra. La escena entera cobra sentido por la presencia
de unos pequeños seres que revolotean alrededor: abejas. La pintura es conocida
como «Los ladrones de miel». Fue realizada hace unos 12.000 años en la cueva de
la Araña, en Bicorp, un pueblecito cerca de Valencia y es la representación más
antigua del que posiblemente fue uno de los primeros alimentos del hombre. La
miel ha sido alabada como un alimento mágico en algunas leyendas primitivas y
hasta elogiada en la Biblia y el Corán. El doctor Hipócrates recetaba y
recomendaba la miel por sus muy diversas potencialidades curativas y
preventivas, lo mismo que han hecho muchos médicos que vinieron después y aún
hoy continúan haciendo no pocos terapeutas alternativos. Alimento natural y
dulce como pocos, la miel tiene un simbolismo que remite en la memoria de todos
los pueblos a algo benéfico y saludable, según los antropólogos. No en vano, la
miel ha sido el único edulcorante disponible hasta la popularización del azúcar
de caña (la «miel de caña»). Con estos antecedentes, lo raro sería que la miel
no hubiera sido mitificada.
Sin embargo, a estas alturas, con la nutrición ya plenamente convertida en una
ciencia hecha y derecha desde hace décadas, no deja de resultar sorprendente
que se siga atribuyendo a la miel un sinfín de propiedades medicinales con el
único aval de ser un alimento antiquísimo, puro y natural. De la miel se han
escrito libros enteros hablando de sus efectos beneficiosos sobre la salud y se
ha dicho que aumenta la resistencia y la potencia sexual, que ayuda a dormir y
a hacer la digestión, que estimula el hígado y la circulación sanguínea, que
previene el catarro y otras enfermedades. En fin, se ha dicho casi de todo y
todo bueno, lo cual no deja de resultar sospechoso, por muy puro, natural y
especial que sea un alimento. Pero, ¿por qué la miel es especial? «No lo es»,
afirma Arnold Bender, una de las mayores autoridades mundiales en nutrición.
«La miel consiste únicamente en azúcares -glucosa y fructosa- y una quinta
parte de agua. Existen también pequeñas cantidades de otros nutrientes, pero
son demasiado insignificantes para tener alguna repercusión en la dieta». Ahora
que la miel ha sido desplazada por el azúcar como edulcorante hay quien la
quiere vender como un alimento de dietética o medicinal. Pero la miel
prácticamente sólo se diferencia del azúcar común en que es menos energética
(por tener un 20% de agua, la miel aporta un 20% menos de calorías: 3,2 por
gramo en vez de 4) y en que hay mil y una variedades de color y aroma, según
las flores cuyos néctares han servido de materia prima. Y esto, que no es poco,
es todo lo que tiene de especial. En ningún caso, la miel nos va a endulzar el
carácter o nos va a hacer tan laboriosos como las abejas.